¿Adivinas cuanto ha pasado desde la entrada anterior? Si. De nuevo, 4 semanas. Es curioso. Cada vez que puedo sacar un rato para compartir contigo mis avances y se crea una nueva entrada, me parece que al día siguiente o en unos pocos días, continuaré y pondré el punto final a esta «saga» que empezó aquí.
Las últimas 4 semanas han sido bastante exigentes. He parado poco, y cuando lo he hecho, ha sido para dormir y descansar porque era lo único que mi cuerpo me permitía hacer.
Esta semana ha sido especialmente cansada, dura… Acostumbro a ser más o menos persona y funcionar aceptablemente dentro de mis márgenes y mis circunstancias y, cuando, como en estos últimos días, la fatiga extrema y la niebla mental arrasan con mi vida, no lo llevo muy bien. Luego te contaré qué ha pasado. Y te lo contaré para que si en un futuro te encuentras a la Delia de ese futuro, le des una colleja cariñosa y le recuerdes las cosas que ya sabe sobre estas situaciones.
Como en esta entrada pensaba hablarte de mis aciertos y mis errores, la experiencia de los últimos días no me lo ha podido poner más fácil porque, básicamente, el error ha sido uno que repito una y otra vez, y el acierto es uno del que ya te he hablado y no me cansaré de hablarte por lo que ha supuesto para mi y supone cada vez que me caigo.
Hace 4 semanas comencé un ciclo de pruebas en el Hospital Beata Maria Ana con la intención de que me ayuden a poner alguna pieza más y seguir mejorando mi salud. Cuentan con una unidad llamada Inmunomet que ya lleva algunos años funcionando, y que está apoyada al parecer por la medicina integrativa, por lo que a priori su visión de las enfermedades inflamatorias, trastornos digestivos, inmunitarios, debería ser más adecuada de lo que acostumbra a ser en otros centros. Hay poco más que pueda contar a día de hoy. Me han hecho pruebas de malabsorción de lactosa, fructosa y de SIBO, que es ese ente que viene y va para mi, y me acompaña durante largos períodos de mi vida, con mayor o menor virulencia. Ahora toca consulta para la evaluación de resultados y ver los próximos pasos.
Los lácteos están fuera de mi vida desde hace años, y debido al SIBO mantengo el consumo de fructosa en valores bajos. Las 3 pruebas arrojaron resultados que entiendo positivos, y generaron síntomas incómodos que me han tenido al menos 3 días de cada semana recuperando poco a poco la normalidad hasta la siguiente prueba (cada uno de las pruebas se separa 7 días de la siguiente). Así que ese caos ha contribuido a sumar un poco de «carga» a las últimas 4 semanas.
El resto de carga, lo aportan el estrés habitual del trabajo y del día a día, y mi afición a las patatas 🙄 . Si. Me cuesta reconocerlo, pero sí. Siempre me han encantado las patatas fritas. Y mantenerme alejada de ellas está siendo una de las partes más duras en mi camino hacia una mejor salud intestinal y una mejor calidad de vida. El maíz tiene unos efectos muy muy similares y en más de una ocasión ha sido el desencadenante del mismo cuadro de síntomas de los últimos días.
¿Qué ha pasado?
Ha pasado lo mismo que ya ha pasado otras tantas veces más en los últimos años. Que una espera que llegue un momento en el que la reintroducción de determinados alimentos que quedaron fuera en fases mas agudas no genere síntomas y te permita incluirlos de vez en cuando en la dieta. Ya no porque la patata sea un superalimento, que no creo que lo sea. Ni porque piense que sus propiedades merecen el intento, sino por el simple y a la vez complicado hecho de que, me gustan. No se cuantas veces en mis tiempos universitarios no me habré parado en la cola del Mac Auto que había próximo a la universidad con una gran sonrisa en mi cara a pedir uno de esos cartoncitos rojos de patatas fritas. Que, por cierto, seguro que de patatas tienen poco aparte del nombre. Supongo que eso ya habla del estado de mi flora intestinal de entonces.
Total… En un intento más de reintroducirla, la semana pasada me permití comer 3 o 4 patatas fritas que acompañaban al filete que me pusieron en el restaurante donde frecuentemente cómo en la oficina. Y como parecía que la cosa fue bien, al día siguiente lo volví a hacer. Y como no sentí ningún síntoma aparente instantáneo, volví a repetir días después con un poquito de patata asada en una comida familiar. Y, por qué no, el lunes de esta semana ya las oficialicé como acompañamiento (habitualmente cuando cómo en restaurante pido que sustituyan las patatas por ensalada), y me permití comerme de nuevo las que me habían puesto en el plato.
Hubo un tiempo en que comer la mínima cantidad de patata me generaba síntomas en cuestión de una hora y yo pasaba a convertirme en un ser adormecido y «borracho» incapaz de mantenerse despierto. Ahora eso ya no pasa, así que me resulta más difícil asumir que días después se va a desatar el caos que pone las cosas tan difíciles. La cuestión es que este mismo lunes, poco después de comer empecé a tener dificultades para interactuar y para pensar, la niebla mental se hizo fuerte en mi cabeza, y la fatiga, las dificultades para seguir una conversación y el cansancio extremo pasaron a ser la tónica de mis días. Eso, junto al colapso de mi costado derecho, causante, al fin y al cabo, de todo lo demás. He llegado a casa exhausta cada día y, lo peor de todo, aun habiendo dormido 8 y 9 horas esos días me he levantado igual de exhausta de lo que me acosté. Cuando la inflamación se desata, mis horas de sueño son poco productivas. Y yo lo noto. Mi ritmo cardíaco es elevado y, con un poco de suerte, consigo 20 minutos de sueño profundo. Mi Oura Ring suele avisarme de que mi ritmo cardíaco fue elevado durante la noche y puedo no estar descansada, o de que mi temperatura corporal es elevada. En ese estado, mis ojos arden junto al resto de mi cuerpo, como lo hacían en otros tiempos de mi vida, en que ese estado era mi día a día habitual.
Consejo a la Delia del futuro
Arrastré ese estado hasta el miércoles por la tarde, cuando la fatiga extrema y la niebla mental me debieron dejar al menos medio minuto de lucidez para darme cuenta de que llevaba 3 días extenuada y apoyando mi mano izquierda sobre mi hígado (suelo hacerlo cuando se colapsa), y me permitieron recordar lo que el glutatión liposomal ha hecho por mi en otras ocasiones, y lo que hizo por mi cuando dicho estado era la tónica de mis días. Así que, en ese momento de lucidez cuando ya me encontraba en casa, recurrí a mi botellita de glutatión liposomal que siempre está en la nevera, tomé unos 500 mg, y en cuestión de minutos, parecía otra persona. Fueron minutos lo que necesité para que todo mi costado inflamado perdiera temperatura y yo dejara de sentir esa «presión». Para que la niebla mental me devolviera una buena parte de mi ser y yo recuperara algo de presencia. La noche del miércoles al jueves fue la primera noche reparadora en días, y el jueves amanecí descansada, con más energía y más lucidez de la que había tenido en bastantes días.
Desde que las cosas suelen estar aceptablemente bien, el glutatión pasó a ser una solución de rescate y ya no algo que suplemento con una frecuencia determinada, así que inmersa ya en tal estado de caos, me costó días acceder a ese momento de lucidez que me permitió «recordar».
Tengo dos consejos para la Delia del futuro. El primero, «es la dosis lo que hace el veneno». Lo habré repetido infinitas veces en los últimos tiempos, siempre cuando me refiero a mis comidas inseguras, pero lo cierto es que cuando me siento bien y parece que algo no me afecta, parezco olvidarlo. El segundo, glutatión. Glutatión. Glutatión.
¿Por qué estos consejos? Lo que quiera que sea que habita en mi intestino en las proximidades de mi hígado, genera mucho caos cuando como almidones. Y ese caos afecta en gran medida a mi hígado, inflamándolo y haciendo difícil manejar tanta inflamación y toxemia. Y supongo que en este estado, la capacidad de mis células hepáticas para lidiar con tanto estrés en unas condiciones de escasez de antioxidantes, es muy muy limitada. Y supongo que para un hígado colapsado no debe ser fácil generar cantidades adecuadas de glutatión para manejar tal grado de estrés oxidativo.
Esto ya venía pasando antes de que las cosas mejoraran, entorno a la segunda mitad de mi ciclo, donde la mala gestión de estrógenos provoca un caos similar. Y supongo que en este momento, a esa condición se ha sumado mi «tonteo» con los almidones.
Hace tiempo que vengo relacionando los estrógenos, los oxalatos, y cándida albicans. Y los almidones. Y la patata como almidón. Y la patata como alimento alto en oxalatos. Y el rol de candida albicans en la gestión de los oxalatos. Y las consecuencias de la ausencia de bacterias degradadoras de oxalatos. Y en general las consecuencias de una flora poco diversa con pocas bacterias «degradadoras de cosas». Y seguiré poniendo piezas. Espero.
Acabo de darme cuenta de que no tengo dos consejos para la Delia del futuro, sino tres. Paciencia, es el tercero. Paciencia con una misma, que muchas veces falta.
Los oxalatos entran en juego
Según te hablaba de oxalatos, mi cabeza ha seguido rumiando el tema y he acabo aquí. Hace tiempo que formo parte del grupo de Facebook de la Dra. Susan Owens, y de vez en cuando he pasado por ahí a leer y tratar de entender, pero nunca terminé de prestarle mucha atención pues achacaba mis síntomas a otras «etiquetas». Cosas que me han llamado la atención: 1. Mis últimos días han estado especialmente cargados de almendras, chocolate, nueces y patatas, todos ellos alimentos altos en oxalatos. 2. Siempre he tenido problemas para manejar las grasas, y mi vesícula no es la mejor de su clase (habitual en caso de problemas de metilación, a lo que seguro que aporta mi mutación en el gen PEMT). 3. Hace ya algo más de 3 años descubrí lo que cantidades adecuadas de taurina significan para mi. Empecé a consumirla como parte de un suplemento de glutamina para recuperar el intestino, y como efecto colateral comprobé que mi vesícula funcionaba mejor, mis problemas con el flujo de bilis mejoraron y, junto a ello, mi mente estaba mucho más despejada. Ya sea por el supuesto efecto neuroprotector de la taurina en el cerebro y el balance de neurotransmisores, o por su aporte a la mejoría del ph de mi intestino y la correspondiente reducción de sobrecrecimientos no deseados y, por tanto, de inflamación, fue y es todo un aporte.
En algunas pocas búsquedas más, me encuentro con que los principales síntomas de oxalatos elevados incluyen dolor, fatiga, quemazón, piel seca, niebla mental, dolores musculares, micción frecuente, piedras en el riñón, deficiencias de minerales y vitaminas, y disfunción tiroidea. Y como broche, reducción de los niveles de glutatión, aumento del estrés oxidativo, inducen la liberación de histamina e interfieren con el metabolismo del azufre. ¡Premio! Una vez más, glutatión al rescate.
Y una pieza más. Desde más o menos comienzos de año, he estado sufriendo las consecuencias de niveles de histamina más elevados de lo habitual, con asma, inflamación generalizada y piel caliente/irritada. En enero acabé visitando unas urgencias donde me dieron una tanda de corticoides, y me instaron a usar los inhaladores, con poco éxito. ¿Adivinas qué? La dosis hace el veneno. Precisamente a primeros de año aumenté mi consumo de harina de almendras en forma de repostería para poder tener un «desayuno saludable y nutritivo», pero algo me dice que siendo la almendra un alimento alto en oxalatos y en histamina, y relativamente alto en FODMAPs si te excedes con su consumo, las almendras han sido una causa de mi empeoramiento en los últimos meses, pues fue dejar la repostería y mis síntomas mejoraron notablemente.
Aquí te dejo algunos enlaces interesantes sobre las «propiedades» de los oxalatos:
Los oxalatos inducen disfunción mitocondrial y alteran la homeóstasis redox en una línea celular derivada de monolitos humanos.
Mecanismo molecular de la producción de radicales libres inducida por oxalatos y desequilibrio redox de glutatión en células epiteliales del riñón: efecto de los antioxidantes.
Efectos del agotamiento de glutatión reducido y su suplementación por el monoester de glutatión sobre la retención de oxalato renal en hiperoxaluria.
Si tengo que hablar de aciertos, tras todas las piezas puestas desde que comencé a escribir esta entrada, algo me dice que prestar más atención a los oxalatos, se va a convertir en todo un acierto. Que lleva asociados una serie de «errores» previos en forma de consumo elevado de oxalatos (patata, chocolate, almendras…).
Cuando se reduce el consumo de oxalatos, el cuerpo responde expulsándolos de las células, lo que en inglés se conoce como «oxalate dumping» (dump = vaciar, arrojar, desechar). Allí donde los cristales de oxalato estén almacenados, comenzarán a salir provocando toda una serie de síntomas incómodos en mayor o menos medida. Lugares comunes de almacenamiento de oxalatos son la piel, las articulaciones, e incluso el sistema nervioso central y el cerebro, dando lugar a síntomas neurológicos. Y en todos los casos, habrá signos de inflamación, falta de energía y un sueño poco reparador.
Los períodos de «dumping» o eliminación en ausencia de mayor consumo o generación endógena de oxalatos, suelen durar entre 3 o 6 días, y mejorar a medida que el consumo se reduce y los oxalatos almacenados son menos, pero se recomienda no hacer una reducción drástica de oxalatos, sino hacerlo de forma paulatina para poder manejar los síntomas con mayor facilidad.
He encontrado una aplicación para el movil que se llama «Oxalator» e indica la cantidad de oxalatos por porción de los alimentos, así que seguro que puede dar algunas pautas interesantes.
Entre las medidas para mejorar los síntomas del exceso de oxalatos, está asegurar un adecuado consumo de minerales para reponer los usados por los oxalatos, compuestos azufrados, que compiten por las mismas vías metabólicas que los oxalatos para entrar a la célula, y asegurar un buen funcionamiento de la vesícula que permite absorber correctamente las grasas. Si traduzco estos requirimientos a mi «botiquín», podría traducirlo en lo siguiente: agua de mar, que no falta un sólo día en mi rutina y de la que espero poder hablarte más detenidamente, glutatión, del que ya te he hablado en esta entrada y en otras tantas del blog y, para alimentar a mi vesícula, colina (lecitina de girasol, suplementos liposomales), apoyo a la metilación y glutatión, una vez más.